Mi Hermana, Mi Trusa (My Sister, My Briefs)

by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014


Chapter 6
Domingo


Chapter Description: Griselda will live a hard punishment


CAPÍTULO 5 (DOMINGO)

Griselda cayó pesadamente sobre los azulejos del cuarto de baño. Alrededor de ella, todo el resto de las ropas de Timmy.

- ¡Métete a la tina! – ordenó la madre, severamente.

El enlodado chico se subió, aún trastornado, acuclillándose para esperar a que saliera el algo. Al cabo de un rato, tomándola de las axilas, su madre metió junto con él a su pequeña hija que tendría menos de un año. La bebé era muy linda, de cabellos rubios y claros, grandes ojos azules y rasgos dulces y rechonchos.

La señora, dejó el agua correr, y sujetó la muñeca de Timmy fuertemente con su mano. Como queriendo lastimarlo, extendió el brazo de su horrendo hijo. Y tomando el cepillo, todavía entre multitud de regaños, comenzó por restregar toda la mugre que tenía sobre él, entre protestas rápidamente acalladas.

Griselda-trusa, todavía enlodada y sin lavar en lo absoluto, observó con envidia a la madre tallar y bañar a sus dos hijos, esperando que a ella le tocara también pronto. Era de noche y sentía que le dolían todos los músculos de su cuerpo. Los golpes, las caídas, los calzones chinos... Era realmente difícil ser la trusa de un niño, y le había tocado el peor de ellos. Sólo esperaba el momento de apoyar la cabeza en la almohada y dormir.

“Teo... Por favor...”, me dijo, alertagada.

Pero no sería flexible. Al fin de semana todavía le restaba un día, y con eso su lección habría concluido.

Al escuchar que no había respuesta de mi parte, lentamente el cansancio la venció, y se sumergió en un reparador sueño...

Ocho horas más tarde, Griselda se despertó al sentirse caer.

“Eeehhh—heeey?!”, gritó, aterrizando sobre una pila con ropas.

Fue rápidamente ingresada en una lavadora, y el terrible ciclo de enjuagado volvió a comenzar.

“Por fin, por fin...”, pensaba, soportando las mareas de la máquina. “Ahora sólo espero convertirme en la trusa de alguien más”, se dijo.

Luego de eso, vino el secado. Confusa y atarantada, Griselda se dejó llevar y perdió toda consciencia de sí misma y su estado. Hasta que abrió los ojos, muchos minutos más tarde, al sentir unas suaves manos femeninas posarse sobre ella. Sentía que la trasladaban, y finalmente la acostaban boca arriba sobre una superficie muy suave y limpia.

“Ahh, por fin...”, pensó, abriendo lentamente los ojos, sintiéndose reconfortada por la tranquilidad y la limpieza a su alrededor.

“Me pregunto qué calzoncillo soy ahora”, se preguntó, intrigada.

Pero tan pronto pudo otear a su alrededor, se dio cuenta de dónde estaba. A su derecha se erguía un bote conocido, de talco; a su izquierda, toallitas de limpieza...

Un vacío helado se abrió paso en su estómago, temiendo lo peor.

“No... No puede ser”, se dijo, incrédula.

Y al ver a la señora regresar al cuarto, cargando consigo a una niñita en los brazos, fatalmente se le confirmó:

“¡¡OH NO!! ¡¡AHORA SOY UN PAÑAL!!”...

Con terror, miró cómo la mamá acostaba delicadamente a su hijita sobre la mesa de cambio y le quitaba la pijamita. La bebé gorjeaba contenta, mientras mamá cariñosamente la desvestía. Tomándola con suavidad de los tobillos, le alzó las piernitas y llevó sus manos al pañal desechable, que era ahora su única pierna.

- Vamos a ver qué hiciste, mamacita... – dijo la señora, graciosamente, mientras le desabrochaba el pañal.

La bebé se dejó desvestir, y volteó la cabeza hacia un lado, metiéndose una mano en la boca. La sensación que Griselda sintió en ese momento fue tal como si la mirara a los ojos un dinosaurio carnívoro. La linda bebé la veía fijamente, con una expresión de estúpida inocencia, como si no supiera lo que habría de hacerle... Y Griselda, doliente, sudaba frío del temor.

La madre limpió rápidamente las partes de su hija con toallitas húmedas, y luego estiró la mano para tomar el bote de talco. Pasando justo sobre el rostro el mi hermana; los dedos largos y finos, las uñas limpias y cristalinas, hasta la sortija de matrimonio en su dedo medio... Todo en esa abnegada mujer le prodigaba temor, del horrible momento que sin duda sufriría tarde o temprano...

Talco llovió sobre las pompitas de la bebé, que luego fueran abrigadas con suave crema, haciendo a la nenita reír de gusto mientras su mamá cosquillaba su pancita con la punta del dedo. Y después como en cámara lenta, el anuncio fue definitivo:

- Ahora vamos a ponerte tu nuevo pañalito...

Las palabras –dirigidas a su hija pero inocentes, cariñosas, pero salvajes, al no darse cuenta de lo que le haría a ella- resonaron fuertemente casi haciéndola desmayarse. El cuerpo de Griselda había cambiado una vez más de configuración, al convertirse en un pañal. Estaba segura de que la parte central, la que iba justamente en el trasero, era su cara. Las dos cintas superiores del pañal eran sus brazos, y las dos inferiores, sus piernas.

Así que sabía exactamente lo que pasaría cuando la mamá la tomó con la punta de las dedos, acarreándola con brazos y piernas abiertos, para colocarla bajo el trasero de su bebé.

“Oh no...”, se dijo Griselda una vez más, mientras veía el gigantesco (para su perspectiva) y tierno par de redondeces de niña posarse directamente encima de su nariz...

Sintió cómo la jalaban de los tobillos, y juntaban éstos con sus muñecas. Al cerrarse las cintas, fue como si ella misma tomara sus tobillos entre sus manos cerradas, y hubo de quedarse en esa posición. Y después, todo el peso y la presión de las nalgas de la niña se posaron sobre su rostro...

Fue un buen comienzo para su domingo. Mientras yo veía el Super Bowl sentado cómodamente en mi sofá frente al televisor. Me reí una y otra vez, con auténtico gusto. Convertir a Griselda en un pañal puede ser para algunos quizás excesivo... Pero creo que es una buena lección para que comprenda lo poco higiénico que llega a ser tomar prestada la ropa interior de otra persona, sea del tipo que sea.

Griselda pasó la mitad del domingo asfixiada en el trasero de la bebé. En la agónica espera de que “el momento ocurriera”. Fue alrededor de las dos de la tarde cuando después de comer, la bebita no pudo más. Y con un enorme y apretado pedo escurriendo como trueno entre sus cachetes, se anunció la llegada.

Primero, Griselda sintió correr desde su vagina hasta su pecho, una gran marea de orina, que la empapó hasta la cara.

“Puaff.... Puaff...”, parpadeó Griselda, cerrando los ojos y tratando de respirar mientras el salado líquido subía hasta sus labios.

Y después, como si el suelo se cayera, lo que le pareció una tonelada de sólido, denso y pesado abono fecal se vertió sobre su cara, sin darle espacio alguno para respirar.

“Uuufff... Aaafff...!”, mascullaba Griselda, entre dientes.

Desde luego, no tenía que preocuparse por el oxígeno; a pesar de la sensación de asfixia, de ninguna manera podría morir. Pero la sensación de enterramiento y el desagradable olor en que estaba inmersa sería una molestia que sin duda ayudaría a darle la lección que yo buscaba.

“Por favor... POR FAVOR... ¡SÁCAME DE AQUÍ...!”, me imploraba mi hermana, realmente en aprietos. Pero el fin de semana no terminaba aún...

La madre tardó como 15 minutos en darse cuenta de lo que había hecho su hija. Una vez se percató, corrió a cambiarla, abriendo a Griselda, y ésta pudo al menos des-tensar su cuerpo, y yacer tendida sobre la mesita un rato.

“Aaaahhh... Ahhhh....”, respiraba Griselda agitadamente, la presión sobre sus pulmones cediendo al menos un poco.

Hasta que cinco minutos después, habiendo terminado de cambiar a la bebé, las manos de la señora apretaron nuevamente a Griselda.

“¡¡No... Señora, no, por favoooor...!!”, gritó Griselda. Mientras la señora, ignorante completa de lo que tenía entre sus manos, enrolló, apretó y aplastó a mi hermana una y otra vez entre sus manos, como se hace con cualquier pañal sucio que ya no sirve.

Y luego, desechándola como la basura que era, arrojó con tranquilidad a Griselda al cesto de basura, donde aterrizó como cayendo dentro de una canasta de basquetbol.

Olvidada ahora dentro de ese vertedero de basura, Griselda se abstrajo de sí misma. En ese lugar oscuro, olvidado, y rodeada de toda clase de desperdicios, entendió por fin lo que había hecho. Y sollozó, poquito a poquito, sabiendo que si seguía siendo desconsiderada con la gente, le pasaría eso una y otra vez, en formas cada vez más notorias y significativas a lo largo de su vida.

Alrededor de las 5 de la tarde, la señora sacó la basura, vertiendo a Griselda junto con todo el demás desperdicio dentro del bote. A las 6:30, el camión de la basura llegó frente a la casa. Y una vez más, Griselda transbordó, metida en el compactador, entre una tonelada de basura.

Con lentitud despiadada, el sistema de compactación la aplastó, apretadamente, contra el montón de restos de bolsas, comida podrida, envolturas y todo lo que no servía...

“HHHRRRRR....”, pudo gemir apenas, apretando los dientes, mientras sentía todo su cuerpo aplastarse y comprimirse.

Hasta que ella misma ya no se distinguía en nada de todo el desperdicio a su alrededor.

Alrededor de las 9:30 de la noche, el camión corría desbordado por la ciudad, de regreso al basurero. Y como siempre, disimulando, los conserjes decidieron, disimuladamente, despedirse de una parte del desperdicio. Empinando la capota, al llegar al puente, dejaron ir una parte de la basura, que cayó al canal de aguas negras. Entre esta basura, iba Griselda.

Desnuda y flotando en el agua sucia, como una Ofelia moderna, así arrastrada por la vida como el desperdicio de mujer que había sido hasta ese momento, Griselda volvió a sollozar. Sólo quería regresar a su cuarto, a su cama, a su ropa calientita, a su ropa interior propia, aún si eso significaba no volver a ser traviesa ni robar la de su hermano.

Eran como las 11:30 de la noche cuando el río de porquería, curiosamente, estaba por cruzar cerca de la zona en que vivíamos.

Me había quedado despierto viendo una película.

“Ya falta poco...”, me dije, mirando el reloj. Y seguí mirando, sabiendo que por ahí cerca, Griselda flotaba lentamente de regreso; así es, parecía mostrar la verdadera esencia de su hermana, la que mejor le sentaba a ella, de un pañal usado.

El fin de semana terminaba... En punto de las 12:00 de la noche, me levanté, mirando el reloj. Y declaré que el hechizo había terminado.

Súbitamente, Griselda sintió su cuerpo expandirse, desdoblarse, tomar otra forma, y volver a hacerse carne de su carne. Desde luego, se hundió de inmediato. Chapaleando los pies y las manos, cerró la boca (¡Nuevamente era SU boca!) y urgió por nadar. Al por fin emerger, los ojos abiertos y asombrados, sentía el cabello cubierto de aceite, mugre y lama.

Miró a su alrededor, todo había regresado a su proporción natural. Pero aún le dolía todo. Era de vuelta ella: Una chica chaparrita de 21 años, totalmente desnuda, sumergida en una laguna de aguas negras y porquería. Miró hacia arriba, y la luna llena le devolvió la mirada. El viento corría fría, y a los alrededores reinaba el silencio. Estaba cerca de un dique de dónde agarrarse...

 


 

End Chapter 6

Mi Hermana, Mi Trusa (My Sister, My Briefs)

by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014

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